Obligar a Grecia a ceder
Las
rencillas actuales en Europa pueden parecer el desenlace inevitable del amargo
enfrentamiento entre Grecia y sus acreedores. En realidad, los dirigentes
europeos están empezando a mostrar verdaderamente por qué se pelean: por el
poder y la democracia, mucho más que por el dinero y la economía. Los
resultados económicos del programa que la troika impuso a Grecia hace cinco
años han sido terribles, con un descenso del 25% del PIB nacional. La tasa de
desempleo juvenil alcanza ya el 60%. No se me ocurre ninguna otra depresión en
la historia que haya sido tan deliberada y haya tenido consecuencias tan
catastróficas.
Sorprende que la troika se niegue a asumir la
responsabilidad de todo eso y no reconozca que sus previsiones y modelos
estaban equivocados. Pero todavía sorprende ver más que los líderes europeos no
han aprendido nada. La troika sigue exigiendo a Grecia que alcance un superávit
presupuestario primario del 3,5% del PIB en 2018. Economistas de todo el mundo
han dicho que ese objetivo es punitivo, porque los esfuerzos para lograrlo
producirán sin remedio una crisis aún más profunda. Es más, aunque se
reestructure la deuda griega hasta extremos inimaginables, el país seguirá
sumido en la depresión si sus ciudadanos votan a favor de las propuestas de la
troika en el referéndum convocado para este fin de semana.
En la tarea
de transformar un déficit primario inmenso en un superávit, pocos países han
conseguido tanto como Grecia en estos últimos cinco años. Y aunque los
sacrificios han sido inmensos, la última oferta del Gobierno era un gran paso
hacia el cumplimiento de las demandas de los acreedores. Hay que aclarar que
casi nada de la enorme cantidad de dinero prestada a Grecia ha ido a parar
allí. Ha servido para pagar a los acreedores privados, incluidos los bancos
alemanes y franceses. Grecia no ha recibido más que una miseria, y se ha sacrificado
para proteger los sistemas bancarios de esos países. El FMI y los demás
acreedores no necesitan el dinero que reclaman. En circunstancias normales, lo
más probable es que volvieran a prestar ese dinero recibido a Grecia.
Pero repito
que lo importante no es el dinero, sino obligar a Grecia a ceder y aceptar lo
inaceptable: no solo las medidas de austeridad, sino otras políticas regresivas
y punitivas. ¿Por qué hace eso Europa? ¿Por qué los líderes de la UE se oponen
al referéndum y se niegan a prorrogar unos días el plazo para que Grecia pague
al FMI? ¿Acaso la base de Europa no es la democracia?
En enero,
los griegos eligieron un Gobierno que se compremetió a terminar con la
austeridad. Si Tsipras se limitara a cumplir sus promesas, ya habría rechazado
la propuesta. Pero quería dar a los griegos la posibilidad de opinar sobre una
cuestión tan crucial para el futuro bienestar del país. Esa preocupación por la
legitimidad popular es incompatible con la política de la eurozona, que nunca
ha sido un proyecto muy democrático. Los Gobiernos miembros no pidieron permiso
a sus ciudadanos para entregar su soberanía monetaria al BCE; solo lo hizo
Suecia, y los suecos dijeron no. Comprendieron que, si la política monetaria
estaba en manos de un banco central obsesionado con la inflación, el desempleo
aumentaría.
Esa preocupación por la legitimidad popular es
incompatible con la política de la eurozona, que nunca ha sido un proyecto muy
democrático
Lo que
estamos presenciando ahora es la antítesis de la democracia. Muchos dirigentes
europeos desean que caiga el gabinete de izquierdas de Alexis Tsipras, porque
resulta muy incómodo que en Grecia haya un Gobierno contrario a las políticas
que han contribuido al aumento de las desigualdades en los países avanzados y
decidido a controlar el poder de la riqueza. Y creen que pueden acabar con él
obligándole a aceptar un acuerdo contradictorio con su mandato.
Es difícil
aconsejar a los griegos qué votar. Ninguna alternativa será fácil, y ambas son
arriesgadas. Un sí significaría una depresión casi interminable. Quizá
un país agotado y empobrecido pueda obtener, por fin, el perdón de la deuda;
quizá entonces pueda recibir ayuda del Banco Mundial, en esta década o la
siguiente. En cambio, el no podría permitir que Grecia, con su sólida
tradición democrática, se haga cargo de su destino. Entonces los griegos
podrían tener la oportunidad de construir un futuro, aunque no tan próspero
como el pasado, sí mucho más esperanzador que el inadmisible tormento actual.
Yo sé lo que
yo votaría.
Joseph E. Stiglitz,
premio Nobel de Economía, es profesor universitario en la Universidad de
Columbia.