La gran prueba de Alhayin al Zahed
El Barón Valtierra, cuando le interpelaron sobre la ascendencia de los padres sobre los hijos, contó la siguiente historia:
Hace bastante tiempo, aunque no demasiado, un comerciante árabe llamado Alhayin al Zahed, que había hecho su fortuna comerciando con telas y joyas, y que tenía tres hijos varones en edad de casarse, o por lo menos eso pensaba él, quería que cada uno de sus hijos fundara una familia para que empezaran de una vez a ser responsables, pues hasta ahora solo se habían dedicado, la mayoría del tiempo y cada uno a su manera, al placer, el juego y la holganza, y sólo una pequeña parte de su juventud la habían dedicado a estudiar y a adquirir una mínima preparación intelectual y unas buenas formas de comportamiento.
Un buen día, Adhayin, que se encontraba gravemente enfermo, los reunió a los tres: Alhemin, de 25 años, Luhbenk, de 24 y Rashim, de 22; y les dijo:
-Creo que es hora de que forméis una familia para perpetuar mi nombre y el de mis antepasados, que son los vuestros, y para que seáis hombres de bien y fieles seguidores de Alá. El próspero negocio que he conseguido crear será para uno de vosotros, el que más se lo merezca por sus dotes y virtudes, pues no tengo intención de dividirlo y así dar ventaja a mis competidores que os devorarían en un abrir y cerrar de ojos. He recuperado del Libro de las Pruebas de Alí Haafá Ben Sunlim, como sabéis celebre filósofo de la corte cordobesa de Abderraman III, una prueba infalible para saber cual de vosotros es el hombre ideal para quedarse con el negocio.
Los jóvenes escuchaban con atención las palabras pronunciadas por su padre pero el mayor, Alhemin se permitió, con mucho respeto, interrumpirle:
-Padre, -dijo- quizás deberías saber, antes de la prueba, que es lo que pensamos nosotros sobre lo que estás proponiendo, eso te aclararía muchas dudas.
-¿Acaso, habéis pensado y hablado vosotros sobre vuestro futuro? –dijo el padre, sorprendido.
-Naturalmente –dijo Alhemin- y esperamos que tengas en cuenta nuestra opinión.
Los tres hijos del comerciante empezaron así su relato:
-Yo, querido padre, –empezó Alhemin, como primogénito que era- no quiero ser comerciante, mi deseo es dedicarme a la vida contemplativa, sirviendo fielmente al Gran Califa, nuestro amo y señor, que Alá proteja por siempre. Soy el encargado de escribirle loas y cantos a su majestad que son muy aclamados en la Corte. También rechazo, con todos mis respetos, la posibilidad de casarme, pues, aunque vos, padre, no lo sepáis, soy homosexual y quiero ser fiel a mi mismo y evitar la infelicidad de la mujer que me sería dada en matrimonio.
-Yo –intervino Luhbenk, el mediano- deseo ser comerciante y estaría encantado de poder sucederte al frente del negocio que tan diligentemente regentas y de casarme con
la mujer que tu consideres adecuada para mi, así podré perpetuar tu nombre y el de tus antepasados, que son los míos.
-Yo –dijo Rashim, el pequeño- deseo dedicar mi vida al Islam, a la mayor gloria de Alá y de Mahoma, su profeta. Deseo luchar contra los infieles que invaden nuestra sagrada tierra y para ello me uniré a las huestes de la Guerra Santa.
El padre estaba atónito ante lo que acababa de oír, reflexionó unos instantes y después habló así:
-Hijos míos, no sabía nada de vosotros, me ha sorprendido tanto lo que aquí habéis dicho que me encuentro anonadado. Sin embargo, lo que más me molesta es no poder llevar a cabo la gran prueba que tenía preparada para determinar mi sucesor al frente del negocio. Un buen árabe siempre tiene tres hijos y siempre tiene una prueba preparada para tomar una decisión importante sobre los tres. Vosotros lo habéis hecho imposible.
Dicho esto, murió.
El barón Valtierra no quiso añadir más comentarios a esta historia.
1 comentario:
Me ha encantado
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