El pasado viernes asistí a la presentación del nuevo poemario de Pablo Méndez: "Oh, siglo veinte", con la mala suerte de que tuve que irme nada más empezar por una llamada urgente que recibí (y que ahora no viene al caso). Digo esto porque algún amigo, que si estuvo hasta el final, me comentó que la presentación estuvo magnífica, breve e intensa, como deben de ser estar cosas.
Estoy leyendo el libro y creo que es lógico que no emita una opinión hasta que no lo termine. Es más, creo que todo libro de poesía necesita varias lecturas para hacerse una idea precisa de todo lo que lleva en su interior.
Sin embargo, hay un poema que me ha entusiasmado a la primera lectura, como no ver algo de uno mismo en él, y que quiero dejar en este blog para disfrute de todos los que me siguen.
El escritor
de los cien libros que escribí
terminé la mitad
y publiqué la tercera parte,
a pocos, muy pocos interesó
mi trabajo, escribir es darle
vueltas, día tras día,
al muro donde nos golpeamos,
sin embargo sigo haciendolo
porque estoy borracho de mi mismo,
envenenado por una extraña fruta
que convierte en dulce mi amarga tiniebla.
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