La indignidad de Gaston Savry de Saintenan
El Barón Valtierra sostenía que el hombre podía ser capaz de echar a perder un gran hecho histórico, militar o religioso por el sólo motivo de no saber estar a la altura de las circunstancias en su culminación. Y puso como ejemplo la siguiente historia:
Gastón Savry de Saintenan fue el más famoso peregrino del siglo XVI. Nacido en un pequeño pueblo de la frontera de Francia con el territorio Helvético, siempre soñó con recorrer el mundo en peregrinación para mayor gloria de Dios. Recorrió a pie los Santos Lugares del Nacimiento de Jesús, hizo el mismo camino que San Pablo para convertir a los corintios y a los efesios, a los tesalónicos y a los filipenses, en lo que, en época de Saintenan, era el territorio de la Sagrada Puerta. Peregrinó por el país de los belicosos tártaros llegando hasta la península de Jutlandía, y a todos los sitios llevó la palabra de Dios. Pero su peregrinación más importante, aquella que le dio gran fama en su tiempo, fue hacer el Camino de Santiago desde Roma en el año de 1544, cuando una gran sequía azotaba todo el sur de Europa y las temperaturas no bajaban nunca de los 45 grados, excepto bien entrada la noche. Gaston Savry de Sainteman se aventuró por esos caminos de Dios solo pertrechado con sus sandalias, su túnica de peregrino, ajada por el paso del tiempo, una cruz al cuello y un palo de fresno donde apoyarse.
Gastón pasó multitud de calamidades causadas por el calor, por el sol que siempre en verano aprieta por estos lugares del sur de Europa, un sol que cayó como nunca antes lo había hecho. Sin embargo, el hambre, la peste, la guerra, los bandidos, y demás calamidades de la época, le respetaron y llegó a Santiago sano y salvo, y fue recibido como un enviado de Dios, como el hombre santo que era. Cuando el Obispo de Santiago fue a darle la bienvenida con toda la solemnidad que requería el momento se produjo un hecho que todos los eruditos de entonces, e incluso de épocas posteriores, consideraron clave para que Gaston Savry de Saintenan no subiera a los altares tal y como merecía. Ante las solemnes palabras del Obispo, henchidas de amor a Dios, Gaston solo acertó a decir: “Lo que más me gusta del sol, es la sombra”.
En este blog estará mi poesía y la de mis autores preferidos, también mis escritos y mis opiniones sobre todo lo que considero de interés. Si te gusta y quieres opinar, debatir, o simplemente mirar, eres bienvenido.
lunes, 22 de marzo de 2010
martes, 16 de marzo de 2010
Sobre la moral en la opinión pública
“Pagar 90 millones por un futbolista, en estos tiempos de crisis, es una inmoralidad”. Esta frase la escuché un día del verano de 2009 en la radio y fue pronunciada por una conocida actriz española, de la que no diré el nombre pues esta frase se ha repetido antes y después hasta la saciedad en todos los estamentos de la vida pública y privada, no solo española, sino también extranjera. Si digo lo de la actriz es porque en ese momento, un poco harto de la frasecita, me puse a pensar a fondo en el tema, fue ella la que me impulso a reflexionar sobre lo que ahora escribo.
Ante todo, tengo que aclarar que no voy a hablar de fútbol, solo diré, por si hay alguien que no sepa de qué va la frase (que lo dudo), que todo viene por el fichaje del futbolista Cristiano Ronaldo por parte del Real Madrid que pagó al Manchester City una cantidad que superaba los 90 millones de euros.
Bien, analicemos la frase a fondo, ¿qué significa pagar un dinero por fichar a un futbolista? Creo que es fácil: Una entidad privada (el Real Madrid) desembolsa un dinero (90 millones de euros) para incorporar a sus filas a un futbolista considerado de los mejores del mundo. Visto de otra manera: una entidad privada que se dedica al negocio del ocio y el espectáculo (en este caso deportivo) hace una inversión para sacar una rentabilidad en los próximos años, rentabilidad que está asegurada (la mayoría de expertos económicos del planeta ya lo habían vaticinado) porque su caché ha subido enormemente y ahora contratar al Real Madrid para jugar un simple partido amistoso está por las nubes.
Entonces, si cuando una entidad privada hace una inversión, moviendo dinero, no quemándolo, la llamamos inmoral, tendremos que llamar inmorales a todos aquellos responsables económicos del mundo occidental que han reclamado, día tras día, que para salir de la crisis hay que mover el dinero, invertirlo y no guardarlo ladinamente a la espera de tiempos mejores. Acaso piensa nuestra querida actriz, y el resto de sus imitadores, que esos 90 millones son los únicos que se han gastado en todo el mundo en realizar fichajes futbolísticos, o es que los demás fichajes no son inmorales porque la cantidad es menor. De ser así estaríamos reduciendo la moral a una mera cuestión de cantidades. Ya veo a los niños del colegio La Purísima Concepción de Matarile de Arriba diciéndose unos a otros: “Tú eres un inmoral porque has cometido siete pecados y yo solo tres, chincha, rabia…”. La moralidad no se debe medir por cantidades sino por hechos, y el hecho de realizar una inversión es la sal y la vida de una sociedad capitalista, que es (si no me equivoco) la que tenemos (algunos dirán padecemos). Y como la moral preocupa mucho a los capitalistas, estos ya se ocupan de realizar sus buenas acciones solidarias destinando unas pocas de sus abundantes ganancias para ganarse el cielo y la buena opinión de la sociedad y, al mismo tiempo, lavar sus conciencias. El Real Madrid, sin ir más lejos, se ha comprometido a reconstruir íntegramente una escuela destruida por el terremoto de Haití. Y todos tan contentos.
Pero ya que estamos hablando de gastos inmorales, acaso no sabe nuestra excelente actriz que miles de empresas de todo el mundo realizan inversiones supermillonarias (no de 90 millones) para sacar una rentabilidad mayor y que muchas de esas inversiones sí que habría que calificarlas de inmorales: Las empresas que han comprado grandes extensiones de la Amazonia para deforestarla y vender la madera, para convertirla en zona de extracciones mineras, etc., sin tener en cuenta la opinión de los indios, y a costa de ellos, habitantes milenarios de esas tierras. Las empresas que invierten miles de millones en realizar prospecciones petrolíferas en el océano, muchas veces con escaso éxito, a costa de acabar con millones de peces, auténticos bancos de pesca. Las empresas que vierten sus residuos en los ríos y los mares contaminándoles descaradamente y que ninguna de sus grandes inversiones va destinada a evitar esa contaminación…
Estamos acostumbrados a opinar, a criticar, sin antes analizar en profundidad nuestro objeto de crítica. ¿Por qué?, quizá porque es muy fácil dejarse llevar por las noticias de impacto, y el fútbol tiene mucho más impacto en la prensa que la noticia de una empresa que contamina un río. Cuesta muy poco y resulta muy bonito apuntarse a caballo ganador. Pero que lastima cuando, después de meditarlo un poco, nos damos cuenta de que el caballo ganador es otro.
Ante todo, tengo que aclarar que no voy a hablar de fútbol, solo diré, por si hay alguien que no sepa de qué va la frase (que lo dudo), que todo viene por el fichaje del futbolista Cristiano Ronaldo por parte del Real Madrid que pagó al Manchester City una cantidad que superaba los 90 millones de euros.
Bien, analicemos la frase a fondo, ¿qué significa pagar un dinero por fichar a un futbolista? Creo que es fácil: Una entidad privada (el Real Madrid) desembolsa un dinero (90 millones de euros) para incorporar a sus filas a un futbolista considerado de los mejores del mundo. Visto de otra manera: una entidad privada que se dedica al negocio del ocio y el espectáculo (en este caso deportivo) hace una inversión para sacar una rentabilidad en los próximos años, rentabilidad que está asegurada (la mayoría de expertos económicos del planeta ya lo habían vaticinado) porque su caché ha subido enormemente y ahora contratar al Real Madrid para jugar un simple partido amistoso está por las nubes.
Entonces, si cuando una entidad privada hace una inversión, moviendo dinero, no quemándolo, la llamamos inmoral, tendremos que llamar inmorales a todos aquellos responsables económicos del mundo occidental que han reclamado, día tras día, que para salir de la crisis hay que mover el dinero, invertirlo y no guardarlo ladinamente a la espera de tiempos mejores. Acaso piensa nuestra querida actriz, y el resto de sus imitadores, que esos 90 millones son los únicos que se han gastado en todo el mundo en realizar fichajes futbolísticos, o es que los demás fichajes no son inmorales porque la cantidad es menor. De ser así estaríamos reduciendo la moral a una mera cuestión de cantidades. Ya veo a los niños del colegio La Purísima Concepción de Matarile de Arriba diciéndose unos a otros: “Tú eres un inmoral porque has cometido siete pecados y yo solo tres, chincha, rabia…”. La moralidad no se debe medir por cantidades sino por hechos, y el hecho de realizar una inversión es la sal y la vida de una sociedad capitalista, que es (si no me equivoco) la que tenemos (algunos dirán padecemos). Y como la moral preocupa mucho a los capitalistas, estos ya se ocupan de realizar sus buenas acciones solidarias destinando unas pocas de sus abundantes ganancias para ganarse el cielo y la buena opinión de la sociedad y, al mismo tiempo, lavar sus conciencias. El Real Madrid, sin ir más lejos, se ha comprometido a reconstruir íntegramente una escuela destruida por el terremoto de Haití. Y todos tan contentos.
Pero ya que estamos hablando de gastos inmorales, acaso no sabe nuestra excelente actriz que miles de empresas de todo el mundo realizan inversiones supermillonarias (no de 90 millones) para sacar una rentabilidad mayor y que muchas de esas inversiones sí que habría que calificarlas de inmorales: Las empresas que han comprado grandes extensiones de la Amazonia para deforestarla y vender la madera, para convertirla en zona de extracciones mineras, etc., sin tener en cuenta la opinión de los indios, y a costa de ellos, habitantes milenarios de esas tierras. Las empresas que invierten miles de millones en realizar prospecciones petrolíferas en el océano, muchas veces con escaso éxito, a costa de acabar con millones de peces, auténticos bancos de pesca. Las empresas que vierten sus residuos en los ríos y los mares contaminándoles descaradamente y que ninguna de sus grandes inversiones va destinada a evitar esa contaminación…
Estamos acostumbrados a opinar, a criticar, sin antes analizar en profundidad nuestro objeto de crítica. ¿Por qué?, quizá porque es muy fácil dejarse llevar por las noticias de impacto, y el fútbol tiene mucho más impacto en la prensa que la noticia de una empresa que contamina un río. Cuesta muy poco y resulta muy bonito apuntarse a caballo ganador. Pero que lastima cuando, después de meditarlo un poco, nos damos cuenta de que el caballo ganador es otro.
martes, 9 de marzo de 2010
No es obligatorio declamar poesía
Desde hace tiempo vengo sosteniendo que actualmente casi no se lee poesía, y resalto lo de casi porque aún quedan valientes. La gente lee bastante, no es difícil ver en el metro, en el autobús, etc., a personas leyendo un libro con gran atención y eso que, en mi opinión, esos medios de transporte no se prestan a la lectura atenta que necesita un libro, pero son novelas, de eso que llamamos "best sellers", que con no perder el hilo de la trama es suficiente.
Hasta el momento no he encontrado a nadie con un libro de poesía en la mano. Es más, si hiciéramos una encuesta en la calle preguntando por el nombre de algún poeta español vivo estoy seguro de que el 80% no sabría decir ninguno. La poca venta, a nivel editorial, de los libros de poesía ha provocado debates varios en la prensa, algunos debatientes han llegado a la conclusión de que la única forma que tiene un poeta actual de promover su poesía, de ser leído, es utilizando internet a través de webs, blogs, facebook,...etc., mientras otros postulan la organización de actos de lectura de poesía. Bien, sobre el primer caso, este blog que estás leyendo es un ejemplo vivo, aunque no sé si útil, de fomentar lo que escribo, pero desde luego que por intentarlo que no quede.
Sobre la segunda propuesta tengo las mismas dudas pero agravadas por la sensación de que convocar a un número X de personas para que escuchen a alguien, que se dice poeta, leer su poesía me parece, ante todo, un acto siniestro. ¿Un poeta diciendo estas palabras tan inmisericordes? Que nadie se asuste pero si, señores, si yo tengo que invitar a un grupo de personas a una lectura de mis poemas acompañaría la invitación de una contundente recomendación: "Esto va a ser un coñazo, mejor no vengas". ¿Por qué? Muy sencillo, en mi opinión, la poesía es para leerla a solas, con la mente limpia, con los problemas presentes pero momentáneamente aparcados, con el sosiego de una habitación tranquila, con cierta penumbra, sin agobios de tiempo, con el cuerpo relajado y con la mente en tensión, con muchas ganas de pensar, y con la sana intención de entender las palabras.
Leer en público poesía es cruel, a menos que seas un profesional de la declamación, de la performance, como mi querido amigo Antonino Nieto, gran poeta y mejor recitador. Es muy común en una lectura de poesía las equivocaciones, las malas entonaciones, la inexpresión, etc. Pero sobretodo es muy común la mala interpretación del poema por parte del oyente, y es que un poema no es un plato de consumo rápido, requiere una lectura pausada, concentrada y, la mayoría de las veces, repetida. No es sabio dar a un poema por bueno o malo después de una sola lectura, es como el chiste del señor de 90 años que va al médico y le dice: doctor, hago el amor 5 veces al día, ¿eso es bueno o malo? y el doctor le contesta: Ni bueno, ni malo, es imposible. Pues lo mismo pasa con la poesía, leerla una sola vez no sirve de nada, si acaso sirve para decir: ya he leído el poema. Perfecto ¿y qué?.
Alguna vez he tenido que leer mis poemas en público y, sin ser una persona que se arredre por hablar ante un auditorio, he sentido la pesada carga que supone saber que lo que vas a hacer no puede salir bien aunque lo intentes, que te aplaudirán porque la gente es educada, amable y la mayoría de las veces son amigos que te quieren, pero nunca porque el poema les haya llegado tan hondo como yo he pretendido cuando lo escribí. Si acaso, querido lector, dudas de mis afirmaciones haz la prueba y lee algún poema en las condiciones que antes he aconsejado y luego intenta averiguar, sentir, apreciar..., lo que ha querido decir el autor, verás la cantidad de matices que encuentras y que no hubieras podido apreciar de haberlo simplemente escuchado.
Hasta el momento no he encontrado a nadie con un libro de poesía en la mano. Es más, si hiciéramos una encuesta en la calle preguntando por el nombre de algún poeta español vivo estoy seguro de que el 80% no sabría decir ninguno. La poca venta, a nivel editorial, de los libros de poesía ha provocado debates varios en la prensa, algunos debatientes han llegado a la conclusión de que la única forma que tiene un poeta actual de promover su poesía, de ser leído, es utilizando internet a través de webs, blogs, facebook,...etc., mientras otros postulan la organización de actos de lectura de poesía. Bien, sobre el primer caso, este blog que estás leyendo es un ejemplo vivo, aunque no sé si útil, de fomentar lo que escribo, pero desde luego que por intentarlo que no quede.
Sobre la segunda propuesta tengo las mismas dudas pero agravadas por la sensación de que convocar a un número X de personas para que escuchen a alguien, que se dice poeta, leer su poesía me parece, ante todo, un acto siniestro. ¿Un poeta diciendo estas palabras tan inmisericordes? Que nadie se asuste pero si, señores, si yo tengo que invitar a un grupo de personas a una lectura de mis poemas acompañaría la invitación de una contundente recomendación: "Esto va a ser un coñazo, mejor no vengas". ¿Por qué? Muy sencillo, en mi opinión, la poesía es para leerla a solas, con la mente limpia, con los problemas presentes pero momentáneamente aparcados, con el sosiego de una habitación tranquila, con cierta penumbra, sin agobios de tiempo, con el cuerpo relajado y con la mente en tensión, con muchas ganas de pensar, y con la sana intención de entender las palabras.
Leer en público poesía es cruel, a menos que seas un profesional de la declamación, de la performance, como mi querido amigo Antonino Nieto, gran poeta y mejor recitador. Es muy común en una lectura de poesía las equivocaciones, las malas entonaciones, la inexpresión, etc. Pero sobretodo es muy común la mala interpretación del poema por parte del oyente, y es que un poema no es un plato de consumo rápido, requiere una lectura pausada, concentrada y, la mayoría de las veces, repetida. No es sabio dar a un poema por bueno o malo después de una sola lectura, es como el chiste del señor de 90 años que va al médico y le dice: doctor, hago el amor 5 veces al día, ¿eso es bueno o malo? y el doctor le contesta: Ni bueno, ni malo, es imposible. Pues lo mismo pasa con la poesía, leerla una sola vez no sirve de nada, si acaso sirve para decir: ya he leído el poema. Perfecto ¿y qué?.
Alguna vez he tenido que leer mis poemas en público y, sin ser una persona que se arredre por hablar ante un auditorio, he sentido la pesada carga que supone saber que lo que vas a hacer no puede salir bien aunque lo intentes, que te aplaudirán porque la gente es educada, amable y la mayoría de las veces son amigos que te quieren, pero nunca porque el poema les haya llegado tan hondo como yo he pretendido cuando lo escribí. Si acaso, querido lector, dudas de mis afirmaciones haz la prueba y lee algún poema en las condiciones que antes he aconsejado y luego intenta averiguar, sentir, apreciar..., lo que ha querido decir el autor, verás la cantidad de matices que encuentras y que no hubieras podido apreciar de haberlo simplemente escuchado.
lunes, 8 de marzo de 2010
SATIRIGONZAS II
La gran prueba de Alhayin al Zahed
El Barón Valtierra, cuando le interpelaron sobre la ascendencia de los padres sobre los hijos, contó la siguiente historia:
Hace bastante tiempo, aunque no demasiado, un comerciante árabe llamado Alhayin al Zahed, que había hecho su fortuna comerciando con telas y joyas, y que tenía tres hijos varones en edad de casarse, o por lo menos eso pensaba él, quería que cada uno de sus hijos fundara una familia para que empezaran de una vez a ser responsables, pues hasta ahora solo se habían dedicado, la mayoría del tiempo y cada uno a su manera, al placer, el juego y la holganza, y sólo una pequeña parte de su juventud la habían dedicado a estudiar y a adquirir una mínima preparación intelectual y unas buenas formas de comportamiento.
Un buen día, Adhayin, que se encontraba gravemente enfermo, los reunió a los tres: Alhemin, de 25 años, Luhbenk, de 24 y Rashim, de 22; y les dijo:
-Creo que es hora de que forméis una familia para perpetuar mi nombre y el de mis antepasados, que son los vuestros, y para que seáis hombres de bien y fieles seguidores de Alá. El próspero negocio que he conseguido crear será para uno de vosotros, el que más se lo merezca por sus dotes y virtudes, pues no tengo intención de dividirlo y así dar ventaja a mis competidores que os devorarían en un abrir y cerrar de ojos. He recuperado del Libro de las Pruebas de Alí Haafá Ben Sunlim, como sabéis celebre filósofo de la corte cordobesa de Abderraman III, una prueba infalible para saber cual de vosotros es el hombre ideal para quedarse con el negocio.
Los jóvenes escuchaban con atención las palabras pronunciadas por su padre pero el mayor, Alhemin se permitió, con mucho respeto, interrumpirle:
-Padre, -dijo- quizás deberías saber, antes de la prueba, que es lo que pensamos nosotros sobre lo que estás proponiendo, eso te aclararía muchas dudas.
-¿Acaso, habéis pensado y hablado vosotros sobre vuestro futuro? –dijo el padre, sorprendido.
-Naturalmente –dijo Alhemin- y esperamos que tengas en cuenta nuestra opinión.
Los tres hijos del comerciante empezaron así su relato:
-Yo, querido padre, –empezó Alhemin, como primogénito que era- no quiero ser comerciante, mi deseo es dedicarme a la vida contemplativa, sirviendo fielmente al Gran Califa, nuestro amo y señor, que Alá proteja por siempre. Soy el encargado de escribirle loas y cantos a su majestad que son muy aclamados en la Corte. También rechazo, con todos mis respetos, la posibilidad de casarme, pues, aunque vos, padre, no lo sepáis, soy homosexual y quiero ser fiel a mi mismo y evitar la infelicidad de la mujer que me sería dada en matrimonio.
-Yo –intervino Luhbenk, el mediano- deseo ser comerciante y estaría encantado de poder sucederte al frente del negocio que tan diligentemente regentas y de casarme con
la mujer que tu consideres adecuada para mi, así podré perpetuar tu nombre y el de tus antepasados, que son los míos.
-Yo –dijo Rashim, el pequeño- deseo dedicar mi vida al Islam, a la mayor gloria de Alá y de Mahoma, su profeta. Deseo luchar contra los infieles que invaden nuestra sagrada tierra y para ello me uniré a las huestes de la Guerra Santa.
El padre estaba atónito ante lo que acababa de oír, reflexionó unos instantes y después habló así:
-Hijos míos, no sabía nada de vosotros, me ha sorprendido tanto lo que aquí habéis dicho que me encuentro anonadado. Sin embargo, lo que más me molesta es no poder llevar a cabo la gran prueba que tenía preparada para determinar mi sucesor al frente del negocio. Un buen árabe siempre tiene tres hijos y siempre tiene una prueba preparada para tomar una decisión importante sobre los tres. Vosotros lo habéis hecho imposible.
Dicho esto, murió.
El barón Valtierra no quiso añadir más comentarios a esta historia.
El Barón Valtierra, cuando le interpelaron sobre la ascendencia de los padres sobre los hijos, contó la siguiente historia:
Hace bastante tiempo, aunque no demasiado, un comerciante árabe llamado Alhayin al Zahed, que había hecho su fortuna comerciando con telas y joyas, y que tenía tres hijos varones en edad de casarse, o por lo menos eso pensaba él, quería que cada uno de sus hijos fundara una familia para que empezaran de una vez a ser responsables, pues hasta ahora solo se habían dedicado, la mayoría del tiempo y cada uno a su manera, al placer, el juego y la holganza, y sólo una pequeña parte de su juventud la habían dedicado a estudiar y a adquirir una mínima preparación intelectual y unas buenas formas de comportamiento.
Un buen día, Adhayin, que se encontraba gravemente enfermo, los reunió a los tres: Alhemin, de 25 años, Luhbenk, de 24 y Rashim, de 22; y les dijo:
-Creo que es hora de que forméis una familia para perpetuar mi nombre y el de mis antepasados, que son los vuestros, y para que seáis hombres de bien y fieles seguidores de Alá. El próspero negocio que he conseguido crear será para uno de vosotros, el que más se lo merezca por sus dotes y virtudes, pues no tengo intención de dividirlo y así dar ventaja a mis competidores que os devorarían en un abrir y cerrar de ojos. He recuperado del Libro de las Pruebas de Alí Haafá Ben Sunlim, como sabéis celebre filósofo de la corte cordobesa de Abderraman III, una prueba infalible para saber cual de vosotros es el hombre ideal para quedarse con el negocio.
Los jóvenes escuchaban con atención las palabras pronunciadas por su padre pero el mayor, Alhemin se permitió, con mucho respeto, interrumpirle:
-Padre, -dijo- quizás deberías saber, antes de la prueba, que es lo que pensamos nosotros sobre lo que estás proponiendo, eso te aclararía muchas dudas.
-¿Acaso, habéis pensado y hablado vosotros sobre vuestro futuro? –dijo el padre, sorprendido.
-Naturalmente –dijo Alhemin- y esperamos que tengas en cuenta nuestra opinión.
Los tres hijos del comerciante empezaron así su relato:
-Yo, querido padre, –empezó Alhemin, como primogénito que era- no quiero ser comerciante, mi deseo es dedicarme a la vida contemplativa, sirviendo fielmente al Gran Califa, nuestro amo y señor, que Alá proteja por siempre. Soy el encargado de escribirle loas y cantos a su majestad que son muy aclamados en la Corte. También rechazo, con todos mis respetos, la posibilidad de casarme, pues, aunque vos, padre, no lo sepáis, soy homosexual y quiero ser fiel a mi mismo y evitar la infelicidad de la mujer que me sería dada en matrimonio.
-Yo –intervino Luhbenk, el mediano- deseo ser comerciante y estaría encantado de poder sucederte al frente del negocio que tan diligentemente regentas y de casarme con
la mujer que tu consideres adecuada para mi, así podré perpetuar tu nombre y el de tus antepasados, que son los míos.
-Yo –dijo Rashim, el pequeño- deseo dedicar mi vida al Islam, a la mayor gloria de Alá y de Mahoma, su profeta. Deseo luchar contra los infieles que invaden nuestra sagrada tierra y para ello me uniré a las huestes de la Guerra Santa.
El padre estaba atónito ante lo que acababa de oír, reflexionó unos instantes y después habló así:
-Hijos míos, no sabía nada de vosotros, me ha sorprendido tanto lo que aquí habéis dicho que me encuentro anonadado. Sin embargo, lo que más me molesta es no poder llevar a cabo la gran prueba que tenía preparada para determinar mi sucesor al frente del negocio. Un buen árabe siempre tiene tres hijos y siempre tiene una prueba preparada para tomar una decisión importante sobre los tres. Vosotros lo habéis hecho imposible.
Dicho esto, murió.
El barón Valtierra no quiso añadir más comentarios a esta historia.
lunes, 1 de marzo de 2010
SATIRIGONZAS I. La sabiduría del Barón de Valtierra
Para aquellos que piensan que mi poesía es triste, y tienen razón, he creado unas pequeñas piezas satíricas "en prosa" donde doy mi visión, siempre pesimista, del mundo; aunque esta vez, creo, con mucho sentido del humor. Por lo menos he querido reirme de muchas cosas, sobretodo de aquellas que no tienen remedio y que no se arreglarán de ninguna de las maneras, entre otras cosas porque nadie quiere ponerse en serio a arreglarlas, aunque siempre nos quede la esperanza de que en el futuro se arreglarán. Ya lo decía, con gran causticidad, el genial escritor norteamericano Ambrose Bierce: " El futuro es ese periodo de tiempo en el que nuestros negocios prosperarán, nuestros amigos serán verdaderos y nuestra felicidad estará asegurada".
Vayan, para todos ustedes, la primera entrega de lo que yo llamo SATIRIGONZAS, que he subtitulado "La sabiduría del Barón de Valtierra", políticamente incorrectas y absolutamente desvergonzadas.
El barón Valtierra y La Creación del Mundo (por Dios, naturalmente)
En un interesante debate entre amigos sobre la creación del mundo, el barón Amadeo de Valtierra, muy animado por la amena conversación y por alguna que otra copita de Jerez dejó caer su opinión sobre el tema:
Dios antes de crear el mundo -dijo el barón- se creó a sí mismo, es algo parecido a lo que ahora dicen algunos hombres importantes: “Yo me he hecho a mi mismo”, pues así. Y luego se planteó crear el universo, el mundo. En una palabra: Todo. Pero Dios tuvo muchas dudas antes de afrontar este reto, pues sabía que la empresa era de tal envergadura que no podía hacer las cosas a la ligera.
Dios, antes que omnipotente, que lo era, ¿quién se lo iba a discutir?, demostró ser un gran estratega, pues durante mucho tiempo estuvo planificando lo que sería “La Creación”. No fue una cosa repentina, aquí te pillo, aquí te mato, sino que sudo tinta, valga la expresión, ya que Dios no sudaba y la tinta aún no se había creado.
De momento solo estaba Dios, Dios Padre, (aún no se había planteado tener un hijo, decisión lógica ya que implicaba una gran responsabilidad, esto lo sabe hasta Dios. Y la paloma, ¿qué decir?, lo de la paloma siempre ha sido un enigma hasta para Dios).
Dios era de aspecto humano, ya sabemos que nos creó a su imagen y semejanza, pero con mucha barba y sin ropa (los utensilios de afeitado y el vestido, como la tinta, fueron inventos del hombre, son algunas de las cosas que Dios dejó a nuestro libre alvedrío).
Cuando decidió crear el mundo, Dios estaba en su sitio, es decir, en el sitio donde tiene que estar un creador, lo de menos es saber como era ese sitio pero es de suponer que también lo creó él. Y desde su sitio dio la orden (por llamarlo de alguna manera, pues no tenía a nadie que la recibiera) de que se creara el universo.
La Biblia dice que Dios creó el mundo en seis jornadas y a la séptima descansó. Sin embargo, no dice nada de las jornadas octava, novena, décima, etc., por lo que se supone que después de las seis jornadas no sólo descanso la séptima sino que se tomó unas buenas vacaciones, merecidas, por supuesto, pero interminables y por eso se ha dicho siempre desde entonces: “Este mundo está dejado de la mano de Dios”. Lo peor de todo es que, según dicen, la única forma de localizarle es entrando en una iglesia, allí presumen de tener contacto directo con Él.
Vayan, para todos ustedes, la primera entrega de lo que yo llamo SATIRIGONZAS, que he subtitulado "La sabiduría del Barón de Valtierra", políticamente incorrectas y absolutamente desvergonzadas.
El barón Valtierra y La Creación del Mundo (por Dios, naturalmente)
En un interesante debate entre amigos sobre la creación del mundo, el barón Amadeo de Valtierra, muy animado por la amena conversación y por alguna que otra copita de Jerez dejó caer su opinión sobre el tema:
Dios antes de crear el mundo -dijo el barón- se creó a sí mismo, es algo parecido a lo que ahora dicen algunos hombres importantes: “Yo me he hecho a mi mismo”, pues así. Y luego se planteó crear el universo, el mundo. En una palabra: Todo. Pero Dios tuvo muchas dudas antes de afrontar este reto, pues sabía que la empresa era de tal envergadura que no podía hacer las cosas a la ligera.
Dios, antes que omnipotente, que lo era, ¿quién se lo iba a discutir?, demostró ser un gran estratega, pues durante mucho tiempo estuvo planificando lo que sería “La Creación”. No fue una cosa repentina, aquí te pillo, aquí te mato, sino que sudo tinta, valga la expresión, ya que Dios no sudaba y la tinta aún no se había creado.
De momento solo estaba Dios, Dios Padre, (aún no se había planteado tener un hijo, decisión lógica ya que implicaba una gran responsabilidad, esto lo sabe hasta Dios. Y la paloma, ¿qué decir?, lo de la paloma siempre ha sido un enigma hasta para Dios).
Dios era de aspecto humano, ya sabemos que nos creó a su imagen y semejanza, pero con mucha barba y sin ropa (los utensilios de afeitado y el vestido, como la tinta, fueron inventos del hombre, son algunas de las cosas que Dios dejó a nuestro libre alvedrío).
Cuando decidió crear el mundo, Dios estaba en su sitio, es decir, en el sitio donde tiene que estar un creador, lo de menos es saber como era ese sitio pero es de suponer que también lo creó él. Y desde su sitio dio la orden (por llamarlo de alguna manera, pues no tenía a nadie que la recibiera) de que se creara el universo.
La Biblia dice que Dios creó el mundo en seis jornadas y a la séptima descansó. Sin embargo, no dice nada de las jornadas octava, novena, décima, etc., por lo que se supone que después de las seis jornadas no sólo descanso la séptima sino que se tomó unas buenas vacaciones, merecidas, por supuesto, pero interminables y por eso se ha dicho siempre desde entonces: “Este mundo está dejado de la mano de Dios”. Lo peor de todo es que, según dicen, la única forma de localizarle es entrando en una iglesia, allí presumen de tener contacto directo con Él.
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